El primero en establecer esta distinción fue Schumpeter. Él destacó la decisión del empresario de comercializar un invento como el paso decisivo para que el invento conduzca a una innovación, y definió al empresario como el “innovador”, señalando la difícil tarea que éste lleva a cabo (Christopher Freeman, 1974).
Así mismo, destacó la importancia de la innovación para el crecimiento y desarrollo económico, al introducir su concepto de destrucción creativa.
El mismo autor, en 1939 estableció la diferencia entre invención, innovación y difusión. Definió invención como aquel producto o proceso que ocurre en el ámbito científico-técnico y perdura en el mismo (ciencia pura o básica), y a la innovación la relacionó con un cambio de índole económico.
Podría analizarse una secuencia que parta de la invención, que una vez aplicada al proceso de producción se convierta en una innovación, continuando con la difusión como transferencia de la innovación a un nuevo contexto, lo que induce, por último, a la sustitución de la antigua tecnología por la nueva (Verduzco Ríos y Rojo Asenjo, 1994).
Estos dos enfoques unilaterales pueden denominarse “teorías de innovación basadas en el tirón de la demanda” y teorías de la innovación basadas en el empujón de la ciencia”, respectivamente (Langrish, 1971, citado por Freeman, 1974).
Sin embargo, lo importante es poder ver a estas teorías como complementarias y no como excluyentes, por eso es necesario tener en cuenta ambos elementos (Freeman, 1974).